lunes, 21 de febrero de 2011

EL ANILLO DEL MILAGRO

La mesa estaba servida, éramos cuatro comensales. Yamila, de larga y negra cabellera, de piel muy blanca y sonrisa encantadora. Había sido modelo de la Maison en Cuba, su esbelta y elegante figura atrapaba la atención de hombres y mujeres desde que entramos al elegante restaurante. Frank un amigo cubano, de apariencia nórdica pero con el sabor del trópico corriendo por sus venas. Tenía poco tiempo en el país de las oportunidades que era Venezuela en el año 1999. Gerard, un diplomático holandés, muy alto, de cabellera rubia, buen conocedor del trópico y sus bondades. Estaba casado con Yamila y fue quien la saco de la isla. Y por supuesto yo, para los que no me conocen, un personaje que dicen tengo buen ver, que soy simpático y muy conversador.

Estaba corto de dinero y tenía la responsabilidad de invitar la cena a ese divertido y fogoso grupo. Gerard y Camila estaban de visita en Venezuela y se marchaban al día siguiente, era la oportunidad de compartir con ellos antes de su partida. Había sido su agasajado en otras ocasiones fuera de estas fronteras. La noche prometía sorpresas y cabía hasta la posibilidad de que mi tarjeta de crédito no pasara a la hora de pagar la cuenta. La Caridad del Cobre no me abandonaría. Me dispuse a disfrutar la noche escuchando los cuentos al más puro estilo de una película de Almodóvar dónde estaban presentes entre risas y lágrimas anécdotas de una Cuba comunista y una Venezuela a la expectativa de no saber en que se convertiría.

En una mesa vecina en la que estaban dos parejas elegantemente vestidas se inició todo un movimiento extraño entre mesoneros y clientes. “Como que se les perdió algo, debe ser de valor, porque lo buscan de manera desesperada” exclamo Gerard.

El brillo de un objeto distante centro mi atención e hizo que me levantara de la mesa en su búsqueda. Había algo escondido entre la pata de un mueble y la esquina de la pared. Se trataba de un anillo de oro con un diamante de grandes proporciones y de brillo deslumbrante. Lo recogí del suelo, lo metí entre una de mis manos . Por segundos pensé que hacer con ese maravilloso descubrimiento. Me dirigí a la mesa vecina y miré a una de las mujeres que lucía desencajada.“Esto es lo que buscan” Con risas y lágrimas de un rostro iluminado recibí una muestra de agradecimiento en un sollozo que apenas dejo escapar “gracias “. El hombre que la acompañaba me dio la mano y dijo “estas acciones son las que me permiten seguir teniendo fe”.

Regresé a mi mesa y les conté a mis amigos lo que había pasado. Una botella de champagne sin costo alguno fue la recompensa inmediata de mis vecinos de mesa.Llego el momento de irnos y la cuenta tenía que ser cancelada. Pues en mi Venezuela de oportunidades todo es posible, incluso siendo honestos. No había cuenta que pagar, el anillo había hecho el milagro.

domingo, 26 de diciembre de 2010

TERAPIA CULINARIA






¿Terapia culinaria? Una vez escuche eso, pero nunca había experimentado tan de cerca su significado. Un ritual que duró varios días, se me convirtió en una aventura que transportó mis pensamientos a un viaje de sensaciones terapéuticas muy placenteras y enriquecedoras. Disfruté la experiencia de cocinar convirtiéndola en un bálsamo cargado de imágenes y significados para mi espíritu. Todo se inicio en el momento que decidí realizar unas hallacas. Sabía lo complejo y laborioso de su realización. Estaba consciente del cúmulo de significados presentes en la preparación de este plato navideño que lo convierten en un evento y una celebración muy especial. Me conectaría en un reencuentro con mis raíces y con el significado íntimo de la navidad. El hecho de proponerme hacer este manjar ancestral completamente sólo, ya le otorgaba un giro personalista y altamente catalizador a esa experiencia.

¿Receta? Pese a que desde muy niño solía acompañar a mi familia en el arte de preparar hallacas, no recordaba exactamente todos los pasos y lo que se requería para poder hacerlas. En medio de esta necesidad encontré una receta que quizás fue lo que me despertó un mayor interés en querer hacerlas. Estaba escrita por una mujer a quien quise de manera muy especial y que pese a que ya no está presente en vida, era una manera de rendirle tributo a ese deseo que siempre tuvimos de preparar ese plato juntos. Ya la premisa de que estuviera completamente sólo cobraba un sentido diferente, estaba acompañado por una energía altamente motivadora. Era posible sentirme realmente acompañado en soledad, era posible disfrutar de la soledad como un estado de disfrute energético.

¿Ingredientes? Es como todo, los que hay que respetar para que la comida quede según la receta original, en este caso la de la hallaca caraqueña, y los que uno les agrega de manera irreverente para darle un toque personal al resultado final. Siempre he insistido que en el arte de cocinar como en el arte de la vida, las fórmulas cuando se rompen pudieran llegar a sumar en eso de la autenticidad.

La visita al Mercado fue aleccionadora, escoger el pernil, la gallina, la pulpa negra, el tocino, los ajíes, las cebollas, el ajo porro, los ajos, los pimentones, los limones, las pasas, las aceitunas, las alcaparras, el papelón, la harina, por solo mencionar algunos de los ingredientes más importantes, se convirtió en toda un espejo de cómo normalmente suelo conducirme. Comparar la presentación y la calidad eran las determinantes que más peso tenían para mí, olvidándome de los precios y de algunas particularidades importantes. Meterme en aquel mundo de colores, olores y sabores presentes en el mercado, me conectaban con las interioridades de la cocina. Era dejarme llevar por el instinto y decidir por las carnes, frutas y hortalizas más atrayentes a mis sentidos. Por desconocimiento, pude hacer selecciones equivocadas pero me sustentaba en el hecho de que la intuición es mágica y tiende a no equivocarse. Pero allí estaba otro aprendizaje, el instinto no siempre funciona en las escogencias y algún ají salió picante. El pernil con mucha grasa, la gallina congelada pesaba más de lo que realmente era su peso. Las cebollas y los pimentones muy hermosos y coloridos pero con el precio muy inflado. El ajo importado muy bien presentado pero al contrario del criollo, chiquito y feo, no tenia su mismo aroma .e intenso sabor.

En alguna ocasión escuche que el sabor de la comida podía reflejar el estado anímico de la persona que la prepara. Nunca me había puesto a pensar en la veracidad de ese decir, pero pude comprobarlo a través de la preparación de mis Hallacas. La suavidad y dulzura de un sentir así como la agresividad y fuerza de un padecer pueden llegar hasta el paladar a través de los sabores de una preparación.

Cortar las cebollas en cuadritos me puso a llorar. En principio el llanto se generaba por el picor de la acidez en mis ojos y luego llegue a sentir que esa lluvia se extendía en un sentir mas intimista vinculado a la conexión que cobraban esas lágrimas con mis recuerdos. Fueron horas de picar y picar, en cada ingrediente había un color distinto, Un aroma distinto, una sensación distinta. La música de fondo, una copa de buen vino y la compañía de mis pensamientos. Sentía que una parte de mi se entregaba por completo a esa experiencia de abstracción y disfrute en una expresión que llegue a considerar sublime en mi entrega.

Luego de tener todos los ingredientes debidamente organizados es decir cochino desgrasado, cortado y pasado por agua caliente. La pulpa negra desgrasada y cortada. La gallina blanda y cortada en tiritas. Las cebollas, los cebollines, los ajos porros, los pimentones, los ajíes dulces, los ajos, todos cortados según el requerimiento. El papelón rayado, las alcaparras y aceitunas cortadas y enchumbadas en caldo de gallina, la sal, el aceite, la pimienta, la mostaza, la salsa inglesa, la páprika, el vino blanco Entonces había llegado el momento para la cocción del guiso. Todos y cada uno de los ingredientes necesitaban ser colocados en la candela. Requerían de un tiempo preciso en el fuego para que pudieran quedar con la consistencia, blandura y obtener lo que se llama su punto.En este caso respetar los tiempos era una determinante, romperlos podría haber generado resultados contrarios. Nuevamente encontré paralelismos sobre reglas que no se deben romper y el tiempo de maduración es una de ellas. Nunca puede ser ni mayor ni menor del necesario. No se puede pretender adelantar el tiempo para que algo madure, porque lo crudo se hace presente ni tampoco permitir que se pase el tiempo porque el sabor marchito es el que aparece. Los olores que se emanaban de aquella preparación inundaban el espacio llegando a todos los rincones de mi casa. No había sitio donde no se sintiera la presencia de aquella maravillosa energía olfativa producto de la preparación del guiso que se había apoderado por completo del aire que respiraba.

Amasar, dar color y sabor a una harina sin vida. Sentir como mis manos disfrutaban al tacto de aquella forma manejable, de temperatura cálida y con un toque de sabor dulce a papelón. Recurrir al arte de acariciar, de moldear, de entregar. Por momentos mis pensamientos volaron y me conectaron con sensaciones muy parecidas a las amatorias. Puedo afirmar que aunque se usen los ingredientes exactos de la receta, en esta parte de la historia hay un factor principal vinculado a la energía sensual del amasado que se hace imprescindible. La sensualidad de unas manos dispuestas a entregarse para que esa harina inerte cobre vida en color, sabor y textura de manera armónica y uniforme pareciera ser la clave de un buen resultado. Luego venía el trabajo de convertir aquella masa viviente en bolitas perfectamente moldeadas en tamaño y consistencia.

Llego el momento de hacer lo que se llama el montaje. Ya el proceso de selección y limpieza de las hojas había sido realizado. Preparé diferentes tamaños de hojas, una grande para colocar la masa y el guiso, otra mediana para cubrir y una pequeña en forma de tira para cerrar. Las bolitas de masa las expandí mesuradamente encima de estas hojas grandes formando una capa muy fina de un suave color amarillo producto del onoto que contrastaba con el verde intenso de las hojas. En este caso las hojas se comportarían como un ropaje que necesitaba ser lo más limpio y presentable posible. De igual manera los adornos los había seleccionado y organizado. Las pasas emborrachadas en vino tinto, las aceitunas rellenas bañadas en aceite de oliva, el tocino picado en trozos pequeños previamente cocido, las alcaparras enanas, el pimentón moro picado en tiritas y las cebollas picadas en ruedas finas pasadas por agua y sal. La presentación siempre será el gancho para los ojos. No podía evitar dejar de darle la importancia que exigía esta etapa. Tenía que ser preciso en colocar los adornos necesarios y la vestimenta correcta que le dieran personalidad a las hallacas para el consumo visual de los comensales. Siempre la estética como carta de presentación es lo primero que engancha el interés de querer saber que hay dentro.

El amarrado y el cocinado era el paso siguiente, estaba en la fase final. El proceso había sido largo y sumamente intenso. Pero ver aquellas hallacas terminadas, hermosas y saber todo lo que significó su preparación no tenía precio, pese a que algunas de ellas serían vendidas. Saber que parte de mis pensamientos, de mí energía, de mí pasión y de mí historia estaban presentes en cada una de ellas otorgaba un valor especial a esa labor que se me convirtió en una expresión de vida.

Ahora es el tiempo de probarlas y saber que transmite esa liberación. El disfrute no habia terminado, ahora viene el momento de pasar la prueba ante los paladares del afuera. La terapia continua.

Buen provecho.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Tercera Escena: Amantes, preámbulo.

Frente a mi, su cuerpo desnudo superó la fantasía de la imaginación. Horas antes, mis ojos intentaron traspasar morbosamente un ropaje ahora inexistente. Esta imagen de proporciones perfectas se convertía en una realidad que minimizaba cualquier anticipación en la creatividad de mis pensamientos. El deseo de volcarme en la más calida y ardiente de las entregas apenas estaba por comenzar.

Las velas regalaban un brillo ámbar a nuestra desnudez comparable al de dos diamantes reflejados frente a la luna. Una melodía suave envolvía la habitación y animaba los movimientos que explotarían en sensualidades y ritmos del adentro. Un incienso que se consumía se convertía en el preludio para motivar el olfato en el experimento de los más sutiles e intensos olores corporales. Mi paladar tenía presente el néctar de unas uvas con suficiente cuerpo para preparar mis sentidos gustativos en el preámbulo del mayor de los gozos para una fiesta de sabores

Mi boca no sabía por donde iniciar la exploración de aquel cuerpo que yacía de espaldas en la cama y que palpitaba vibrante a la espera de un masaje sin fronteras. Toque sus pies con mi lengua, uno a uno de sus dedos fueron traspasando el umbral de mis labios. Los jadeos de excitación salían en un murmullo in crescendo. Las ondas de sus fundamentos sintieron la suavidad de mis dientes y la piel tersa y firme de sus muslos y espalda se erizaba cobrando vida propia. Mis manos se fundían milímetro a milímetro en aquel descubrimiento y mi lengua seguía un camino ascendente con paréntesis de concentración que se hacían inevitables.

Las hendiduras de sus entrepiernas aparecieron como una parada obligada en ese viaje de placer. En ese camino hacia el norte se presentaron frente a mis ojos unas formas montañosas regias, firmes, donde mi nariz y mi boca se adentraron y perdieron su identidad. Solo había disfrute en esa penetración. Mi lengua traspasaba el límite de lo externo. Mis manos y mi habla sentían temperaturas cambiantes, fluidos nacientes, en un andar que traspasaba el afuera para convertirse en un unísono con el adentro.

Por momentos cerraba los ojos, el dar placer se me convertía en una experiencia de satisfacción inexplicable. El silencio de la oscuridad me contactaba con la correspondencia a ese dar cobrando más vida y sentido desde mí adentro. También sentía un deseo infinito de que mis ojos fotografiaran cada centímetro de ese paisaje magistralmente salvaje y espectacular donde yo me sentía el único dueño.

La sensación de cabalgar en un baile de sensualidad sobre aquel panorama me hacia un ser infinito. La sangre se apoderaba con la fuerza de una tormenta en la dureza de mi masculinidad llevándola al límite de su expresión . Hice un arco desde la punta de una mano pasando por su espalda hasta la punta de otra mano donde esparcí en un suave goteo una crema fría y blanca que contrastaba con aquella piel calida y luminosa. Uno a uno los dedos de sus manos conocieron el calor de mi boca y en el mismo movimiento ascendente ya me encontraba en su cuello que se me hacia sensualmente atractivo. Mis manos se adentraban en una cabellera frondosa mientras mi boca exploraba sus orejas y le manifestaba murmullos al oido con los más atrevidos contenidos solo posibles en ese momento.

Mi boca estaba desesperada por encontrar su boca. Sus labios carnosos y encendidos me invitaron a entrar, el intercambio de fluidos era interminable. Mi saliva se convertiría en una extensión de la suya, su sabor era perfecto. Sentía la gloria de quien está próximo al más grande de los placeres. Nuestros cuerpos se fundieron en un abrazo tan profundamente fuerte que nos convertimos en una sola masa.

Apenas comenzaba el disfrute, solo me había permitido iniciar una parte de la historia. La noche era larga y la música de nuestros cuerpos había logrado calentarse para el más sublime y apasionado de los bailes.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Una Carta para Ceci

Caracas 02-11-2010

Cecilia que maravillosa oportunidad me ofrece el Universo, a un año de tu partida, para poder expresar en estas cortas líneas un sentir tan íntimo y trascendente en mi conexión contigo y con la vida. El legado que me dejaste es tan inmensamente grande que tu ausencia física no significó un cierre, un olvido o una despedida en el sentido real de los contenidos. Mi contacto hacia ti trascendió en la apertura de un vínculo tan especialmente mágico y de ganancia, que está por encima de lo meramente tangible y material.

Muchas veces me he preguntado como es posible sentir que alguien que ya no está en presencia física, pueda cobrar un existir de manera vigente y real en un sentido tan energéticamente palpable en mi vida. Cómo racionalizar que en mis pensamientos tú presencia se materializa en protección constante, en compañía incondicional, en reflexión subyacente, en apoyo espiritual y se convierte en un sentimiento vital en la más pura de sus expresiones.

Pues si, eres y serás siempre energía viva en mi vida. Eres una referencia de lucha, de honestidad, de humildad y sobretodo de amor en un sentido de entrega tan sublime que no puedo más que sentirme maravillado y agradecido de haber disfrutado tan de cerca eso que eras. En estos días me preguntaba cual es el principal tesoro que tengo y que nadie desde el plano de lo terrenal me podría robar; pensé en el tesoro de mis recuerdos. Solo decirte que alimentaste ese tesoro de una manera tan grande y hermosa que es imposible dejar que cobren vida constante en un sin fin de manifestaciones.

Me parece Increíble que ya transcurrió un año desde tu partida. Me han pasado tantas cosas, y pese al tiempo estoy seguro que sabrías perfectamente todo lo que mi corazón sintió en cada uno de esos momentos. Te llegaste a convertir en una especie de cómplice de vida que simplemente estabas atenta a la más minima expresión que afectara mi vida y mi cotidianidad. Te convertiste en un samán de enseñanza cuyas raíces se cimentaban en la honestidad y en la verdad de tu esencia. Tus ramas generosas y ocurrentes, siempre me arropaban y cobijaban con el más calido, sublime y desinteresado de los cariños.

No me quiero extender mucho, creo que una de las cosas que aprendí de ti fue que el amor se demuestra con acciones y no con discursos. Quiero hacer propicio este momento para regalarte con el arte de mis palabras, que tanto me decías te gustaban, algo un poco parecido a tu significado. Quiero que sepas, donde quieras que estés, que esta escrito con mi alma.

Aventuras del destierro, gritos de libertad
Una rosa en capullo, una flor sin despertar
Aromas guardados, esencia infinita
Heridas adentradas, soberbia del adentro
Pétalos de amor, sonrisas del espíritu.
Alimentos en gracia, manos generosas
Lazos sin sangre, escogencia del alma
Ríos de entrega, regalos de enseñanza
Ocurrencia cautivante, romances de aurora
Allí estas, siempre presente, siempre constante, siempre infinita, vital

Te quiero eternamente... Luis

sábado, 10 de julio de 2010

LLUVIA SANADORA

Desde lo más profundo de su ser salía un llanto contenido en meses. Era una lluvia que presagiaba todo el dolor de un adentro en solitario. En cada gota había sentimiento, una a una formaban un torrente cristalino que calmaba y limpiaba el espíritu de un cuerpo desencontrado. Tenía muchas horas sin dormir, la escritura era una herramienta perfecta para expresar todo su sentir pero aun así no era suficiente. El cuerpo necesitaba drenar en la más básica de sus expresiones.
Sus pensamientos eran de una repetición castigadora. Era imposible no vivir el duelo de aquella ruptura. Era inevitable evitar contactar el significado de una nueva perdida. Una separación más para la lista de despedidas. Una nueva entidad que pasaría a formar parte de una familia atípica en su esencia y en su origen. Alguien más a quien transformar en el significado de su querencia. Un ideal que perdió sentido en el dominio de las pertenencias . Una verdad antigua que se convertía en la mentira de un presente.
No existe otra alternativa que el tiempo, y el lo sabe. Pero ese tiempo ahora parece no existir, el presente quiere exterminar y magnificar todo a su paso. Afuera comenzó a llover muy fuerte, todo se puso nublado, impreciso y frío. No distinguía bien las formas, solo habían siluetas que cobraban realidad en su pensamiento a través del recuerdo. Concentrado en ese paisaje sintió que su llanto se había extendido en ese mensaje que la naturaleza le estaba regalando. El sabe que pronto cesará la lluvia y el paisaje lucirá distinto, despejado, luminoso, renovado y sobretodo dueño de si mismo. Es preciso esperar a que escampe, la lluvia era necesaria, la lluvia era sanadora.

miércoles, 30 de junio de 2010

Una historia por escribir

Un gran amor había terminado, el ego incontrolado era culpable. Alberto quiere desarrollar esa historia para su próxima novela. Tiene un interés especial en ella porque conoce a los protagonistas muy de cerca y maneja la información necesaria para poder contarla. Le cuesta entender como algo tan ajeno al amor pudo ser culpable de aquella destrucción. No tenía autorización para identificar a los personajes, debía ser muy cuidadoso en ese sentido.
Alberto es un escritor de una gran sensibilidad, su historia amorosa había sido intensa y llena de experiencias, eso le permitiría dar fuerza vivencial al contenido de su obra. Tenía la necesidad de llegar al fondo de la naturaleza de los personajes para justificar un final que no le era creíble en la lógica de sus emociones. Necesitaba indagar sobre el significado que los protagonistas tenían sobre el amor y como se manejaron en ese sentido. Tenía que entender cómo funciona una lucha de poderes vinculada al amor, esa que se genera producto del orgullo y que logra ser tan poderosa. Sus protagonistas, según lo que justificaron, fueron victimas de ese mal y no supieron manejarlo. Alberto necesitaba entender eso para poder plasmarlo en su historia.
Después de tanto pensar, se dispuso a escribir. Tenía muchas cosas que contar. Era una historia rica en vivencias, no quería dejar nada por fuera, Mientras más escribía más se conectaba con un amor maduro, especial, rico en detalles, pleno de respeto, de fidelidad y sumido en un equilibrio que vinculaba sentimiento, espíritu y carne en un compartir de perfecta armonía . Fue en ese momento que Alberto entro en la duda si realmente esa pareja de amantes tenían conciencia del tesoro que habían construido. Como entender la naturaleza destructiva y ciega de sus personajes. Fue allí cuando decidió no dar por terminada la historia en los términos reales. Entro en el dilema de las subjetividades del escritor, si había cambiado la identidad de los personajes porqué no cambiar el final.
Ya van muchos capítulos escritos, Alberto aún no sabe como terminar la historia. De lo único que ahora parece estar seguro es que se siente participe de ella. Quizás nunca la termine.

sábado, 26 de junio de 2010

DOÑA BLANCA

Doña Blanca, la dueña de la casa que visitaba, estaba sentada frente a la pared de los recuerdos. Un sin fin de imágenes colgadas recorrían 96 años de la historia de su vida. Al acercarme a ella, una dulce sonrisa brotó de aquel rostro donde muchas líneas dibujadas por el tiempo parecían cobrar vida. Vestía de Blanco y en su cuello un chal rojo destacaba sutil y elegantemente una pródiga feminidad que parecía estar congelada en el tiempo. Tenía los labios pintados en un suave tono carmesí, su cabello plateado estaba muy bien peinado. En un sutil gesto, sus manos delicadamente tomaron las mías y con un calido saludo acompañado de un beso, me daba la más cordial de las bienvenidas. Me pidió que me sentara en un sillón que estaba frente a ella.
No habían pasado cinco minutos, cuando entramos en confianza para recorrer los caminos de esa larga historia que ella tuvo a bien compartir conmigo. Era nuestro primer encuentro, pero sentía que la conocía de siempre. Mi abuela también se llamaba Blanca.
En una pequeña mesa que estaba justo al lado del sillón, en el medio de las dos sillas, una imagen destacaba por encima de todas las demás. Era la foto en blanco y negro de un apuesto hombre, enmarcada en una montura antigua. Ella dirigió su mirada hacia mí y me dijo:
“fueron cincuenta y siete años de matrimonio. Mi primer y único hombre, el padre de mis cuatro hijos”. Mientras me lo decía, su rostro sonreído parecía ser reflejo de un viaje a través de sus pensamientos. “nos conocimos en la fiesta de un club, vivíamos en Carúpano. Yo tenía diez y ocho años, pensaba que me quedaría solterona, ya todas las amigas de mi edad tenían novio en compromiso”.
“Me habían hablado de él y cuando entró al salón inmediatamente lo identifiqué, era el hombre más apuesto que había visto. Yo pensaba que no me gustaban los hombres, pero al verlo entendí que lo estaba esperando. El baile había comenzado y en mi libreta se había llenado el cupo de participantes para las piezas de la noche. Yo era una mujer hermosa, tenia muchos pretendientes, pero ninguno me gustaba. Un amigo de él, que estaba anotado en la libreta, le cedió su turno. Desde ese primer baile, nos enamoramos eternamente”.
Mientras me contaba esa historia recorría con la mirada una a una las imágenes de aquella pared. Las fotos de su juventud, de su boda, las de sus hijos, las de sus nietos y bisnietos.
“Poco después de conocernos nos comprometimos, pero por motivos de trabajo tuvo que irse de viaje. Me escribía unos telegramas que perfumaban ese amor día a día. Los escribía a maquina, yo le pedí que lo hiciera a mano, era la única manera de poder verlo a través de sus cartas”.
“El día que nos conocimos, yo tenía un traje blanco, y en la parte alta del cuello llevaba un lazo rojo que él nunca olvido, nuestro primer beso fue con la mirada”.
Poco a poco, fue relatándome la historia de cómo evolucionó aquel gran amor. De cómo los detalles y el compromiso fueron las claves para soportar todas las dificultades que se le presentaron. Era una historia aleccionadora y que pese al tiempo se mantenía vigente en su esencia como lección de vida.
Cuando estaba completamente embebido en ese cuento, me llamaron y tuve que interrumpir ese mágico momento. Me levante y le pedí me diera la oportunidad de saber mas de ella. Que necesitaba el tiempo suficiente para escuchar esos pasajes de su vida y que si no le importaría me gustaría compartirlos a través de mis letras. Ella me miró directamente a los ojos y me dijo “acá lo espero cuando usted guste, el amor hay que compartirlo, es lo único que realmente nos puede mantener vivos”.