lunes, 21 de febrero de 2011

EL ANILLO DEL MILAGRO

La mesa estaba servida, éramos cuatro comensales. Yamila, de larga y negra cabellera, de piel muy blanca y sonrisa encantadora. Había sido modelo de la Maison en Cuba, su esbelta y elegante figura atrapaba la atención de hombres y mujeres desde que entramos al elegante restaurante. Frank un amigo cubano, de apariencia nórdica pero con el sabor del trópico corriendo por sus venas. Tenía poco tiempo en el país de las oportunidades que era Venezuela en el año 1999. Gerard, un diplomático holandés, muy alto, de cabellera rubia, buen conocedor del trópico y sus bondades. Estaba casado con Yamila y fue quien la saco de la isla. Y por supuesto yo, para los que no me conocen, un personaje que dicen tengo buen ver, que soy simpático y muy conversador.

Estaba corto de dinero y tenía la responsabilidad de invitar la cena a ese divertido y fogoso grupo. Gerard y Camila estaban de visita en Venezuela y se marchaban al día siguiente, era la oportunidad de compartir con ellos antes de su partida. Había sido su agasajado en otras ocasiones fuera de estas fronteras. La noche prometía sorpresas y cabía hasta la posibilidad de que mi tarjeta de crédito no pasara a la hora de pagar la cuenta. La Caridad del Cobre no me abandonaría. Me dispuse a disfrutar la noche escuchando los cuentos al más puro estilo de una película de Almodóvar dónde estaban presentes entre risas y lágrimas anécdotas de una Cuba comunista y una Venezuela a la expectativa de no saber en que se convertiría.

En una mesa vecina en la que estaban dos parejas elegantemente vestidas se inició todo un movimiento extraño entre mesoneros y clientes. “Como que se les perdió algo, debe ser de valor, porque lo buscan de manera desesperada” exclamo Gerard.

El brillo de un objeto distante centro mi atención e hizo que me levantara de la mesa en su búsqueda. Había algo escondido entre la pata de un mueble y la esquina de la pared. Se trataba de un anillo de oro con un diamante de grandes proporciones y de brillo deslumbrante. Lo recogí del suelo, lo metí entre una de mis manos . Por segundos pensé que hacer con ese maravilloso descubrimiento. Me dirigí a la mesa vecina y miré a una de las mujeres que lucía desencajada.“Esto es lo que buscan” Con risas y lágrimas de un rostro iluminado recibí una muestra de agradecimiento en un sollozo que apenas dejo escapar “gracias “. El hombre que la acompañaba me dio la mano y dijo “estas acciones son las que me permiten seguir teniendo fe”.

Regresé a mi mesa y les conté a mis amigos lo que había pasado. Una botella de champagne sin costo alguno fue la recompensa inmediata de mis vecinos de mesa.Llego el momento de irnos y la cuenta tenía que ser cancelada. Pues en mi Venezuela de oportunidades todo es posible, incluso siendo honestos. No había cuenta que pagar, el anillo había hecho el milagro.